La aventura de no llegar a la meta

En el año 2009, en alguna de esas reuniones entre panas, salió el cuento de aquella época en la que yo había realizado el curso básico de Espeleología con la gente del Centro de Espeleología de la Universidad Simón Bolívar y que la salida para aprobar el curso había sido ir a una cueva que yo recordaba como una cueva súper interesante, la cueva Walter Dupouy.

Como varios de los panas quedaron interesados en lo de la cueva, les prometí que me pondría en contacto con Climbing Venezuela, con quienes ya había hecho varios viajes, para ver si ellos nos llevaban a esta cueva.

La noticia fue buena, Daniel Macedo, gran pana de Climbing Venezuela me dijo que sí, que nos llevaba para la cueva pues formaba parte de los paseos que ofertaba pero que no todo el mundo la conocía así que hasta creo que se alegró en armar este viaje para nosotros.

Ya había cumplido con mi parte, ya teníamos guías para ir a Walter, ahora la pregunta de siempre: Cuántos somos? Y así fue como al llamado se unieron German, Henry (el negrito), Erik, Gonzalo (gonzo) y Henry (el enano). Teniendo guías y grupo sólo había que ponerle fecha, y así fue como un sábado de Marzo de ese mismo año nos encontrábamos en camino a Walter.

La cueva Walter Dupouy se encuentra cerca del pueblo de Capaya, en el Estado Miranda, en el cerro Piedra Azul y que se forma a través del recorrido de la quebrada Santa Cruz. Una de las cosas más interesantes de esta cueva es que, a pesar de que no es muy larga, pues el recorrido es de poco más de 1 kilómetro, hay un desnivel desde su boca hasta su parte más baja de unos 120 metros, lo que hace que las cuerdas, el rappel, el nadar y el canyoning se junten en una misma aventura.

Estacionamos los carros en el pueblo de Capaya y de ahí nos tocaba caminar por cerca de hora y media por el sendero boscoso que nos llevaría a la cueva. La caminata le recordó a cada uno de nosotros lo bueno que es hacer ejercicio a diario, pues cuando no lo haces terminas con la lengua de corbata.


Agarramos mínimo, descansamos un rato en la entrada de la cueva, nos pusimos los equipos y después de las explicaciones de seguridad, nos adentramos al mundo desconocido de Walter. Caminando a oscuras nos adentramos hasta el sitio donde arrancaba el primer rapel, un rappel de pocos metros de profundidad pero que se hacía por un túnel de roca (sumidero) en el que, después de  bajar los primeros metros, había que enfrentar la fuerza de la quebrada, y el frío del agua.

Y así fue, uno a uno se fue hundiendo por el sumidero y desapareciendo bajo las aguas, hasta que me tocó a mí… Lo que aprendes en el canyoning como regla más importante es que, después que te encuentras debajo de la cascada no debes mirar hacia arriba pues el agua te cae directo en la cara y puede comprometer tu respiración, así que viendo hacia abajo y después que el agua apagó mi linterna, fui descendiendo totalmente a oscuras hasta que toqué piso y vi la luz de la linterna de los otros del grupo.

Nos reunimos en una pequeña galería mientras esperábamos a que el resto del grupo completara la bajada por el sumidero; cada uno llegaba con la misma cara de susto por la fuerza del agua. Tocaba ahora empezar el camino al segundo descenso, así que partimos para conseguir sólo unos pocos metros una sorpresa inesperada… La temporada de lluvia había hecho de las suyas y la quebrada había traído consigo una importante cantidad de barro, piedra y rocas que al combinarse de una manera muy “murphiniana” terminan convirtiéndose en la represa perfecta que cubre la única entrada posible hacia el resto de la cueva. 

Viendo que no había opción, pues aunque pudiésemos abrir el camino sería altamente arriesgado entrar y que luego se tapara a nuestras espaldas, decidimos en conjunto abortar la misión y regresar por el camino que habíamos recién empezado. Y así fue, nos tomamos algunas fotos y empezamos el ascenso por el sumidero, esta vez con el agua en contra y utilizando la técnica de ascenso por cuerdas conocida como “jumarear”. El rappel era algo que casi todos habíamos hecho pero el jumar es una técnica un poco más complicada, sin embargo, después de los tropiezos y combinando el jumar con escalada y hasta las técnicas de infancia de trepar árboles, salimos todos intactos.

Volvimos al pueblo de Capaya y picados por no haber terminado la cueva, terminamos comprando una caja de birras y nos fuimos a higuerote,  para terminar el día disfrutando de la playa, pues aunque no fue lo que planificamos, parecía una buena segunda opción.

Definitivamente no pudimos completar nuestra meta, y de hecho no hemos intentado ir a descubrir Walter nuevamente, sin embargo de ese día me quedó algo importante y que es la esencia de lo que quería compartir con ustedes… Hay quienes consideran que una aventura es aquello que vives desde que sales de tu hogar hasta que llegas de nuevo a él, pasando por el haber alcanzado el destino que te habías trazado. Creo que en la mayoría de los casos eso es lo que ocurre, pues hasta yo pensaba que era así, sin embargo, después de haber vivido este intento inconcluso de entrar a Walter, me di cuenta que este concepto debía auto-ajustarlo: Una aventura es todo aquello que haces para llevar a cabo el plan que te trazaste aún y cuando este se desvíe o incluso cuando lo consideras no culminado por no haber alcanzado la meta. Y es que aunque la cima no haya sido alcanzada o no hayas llegado al punto al que querías llegar, en el camino que recorriste aprendiste técnicas y herramientas que podrás utilizar en el futuro, o bien para mejorar tu plan y ahora si conseguir la meta o bien para alcanzar otra meta, otra montaña, otra cueva.

Una vez oí decir que vivir la vida no significa alcanzar la meta, vivir la vida es disfrutar el camino que recorres mientras vas hacia esa meta. Walter fue para mí un ejemplo claro de esta forma de ver la vida.


Fotos cortesía de Daniel Macedo, Climbing Venezuela.
Tomadas el 09 de Marzo del 2009 dentro de la Cueva Walter Dupouy

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